"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


jueves, mayo 04, 2017

¡Mirame!


Mirame.
Aunque sea una vez. Yo sé que puede pasar. Dale, se puede dar. 

A vos te hablo. Sí, sí, a vos. La morocha que está sentada muy campante sin registrarme dos mesas más allá, cerquita de la ventana. 

¿Por qué elegiste ese lugar? Tenés un campera gruesa colgada en el respaldo de la silla pero el día es bastante caluroso, así que me imagino que escogiste ese sitio no porque sea un lugar fresquito. Seguramente estás esperando a alguien y como sos ansiosa, lo sé porque no dejás de moverte, querés verlo llegar apenas doble por la esquina.

Y digo “verlo” porque estoy seguro que es a un tipo al que esperás. Un tipo que debe estar demorado, porque no dejás de mirar el reloj que hace un brillo raro cada vez que movés el brazo. Sos muy linda y por eso no estás acostumbrada a esperar. Son las diez y veinte, así que supongo que la cita debe haber sido pautada a las diez. 

Mirame. Estoy acá, a tu izquierda. 

O tal vez no estés esperando a alguien y tenés un rato libre en la oficina, o en el colegio, o en el lugar que sea que trabajás. La blusa blanca, planchada y pulcra, me dice que sos del tipo más de oficina. Tal vez venís regularmente a este bar y desayunás todos los días a la misma hora y en el mismo lugar, simplemente porque está cerca de la ventana. Puede que te guste ver pasar a la gente, mirar sus rostros, adivinar situaciones, compartir tristezas. Quizás estés buscando a alguien, pero todavía no sabés a quien. 

Mirame. Dale, mírame. 
Una milésima de segundo aunque sea, así sé que sabés que existo. 

Es fundamental que me mires porque eso me va a dar el coraje que estoy buscando. Quiero decir, tengo ganas de levantarme, caminar hasta donde estás y hablarte, pero no me animo. En realidad, sí me animo, pero me gustaría saber si vos querés que lo haga. Y para eso, necesito que me mires. 

¿Qué es lo que te distrae? Ah, es tu celular que vibra. Cuando te tildás mirándolo fijamente, tu ojos reflejan el brillo de la pantalla y caigo redondo a tu mirada. Es segura, de esas que se lleva todo por delante, pero también es triste. Y ahí es donde entro yo, porque aunque no lo creas, estoy acá para salvarte. Y te aseguro que en cuestiones de tristezas soy un experto, pero claro, esto todavía no lo sabés, ¡porque no me has mirado!

Pero justo ahora que estoy pensando si carraspear intencionalmente o tumbar un vaso, no sé, algo que haga ruido, puede ser que llame tu atención, terminás de leer el mensaje que te llegó y tirás rápidamente el celular, que no hace mucho ruido porque cayó sobre un doblez del mantel que hay sobre la mesa. Te vuelven a brillar los ojos, pero ahora no es por la pantalla del Nokia, sino por el agüita que se te amontona sobre el párpado de abajo. Sos tan coqueta que te secás con cuidado, apenas con el dedo índice, para que no se te corra el delineador.

Dale, en serio. Dejá de buscar nada por la ventana y mírame. Este es un buen momento para que me mires. 

Ya pasaron como mil horas. Mírame. Dale. Porque sino, voy a tener que tirarme a la pileta ciego. Porque ya no me importa si me mirás o no. Soy tu superhéroe y no necesito que grites para correr a ayudarte. ¡Mirame! ¡Dejate de joder y mírame, por favor!

Te lo dije. Vos me obligás a que haga esto. Me forzás a recorrer estos escasos metros que nos separan sin tener algún indicio si estoy loco o no. O peor, con la certeza de que lo estoy. 
Te voy a tocar suavemente el hombro. Te aviso para que no te asustes. Última chance, ya estoy cerquita. Mirame.

¿Qué es eso? ¿Un coro cantando el Hallelujah? ¿Por qué la gente está de pie aplaudiendo? ¿Se detuvo el mundo y el sol ilumina como nunca? ¿Qué está pasando? Te miro para ver si te das cuenta del descontrol universal justo cuando vos, por fin, también me estás mirando.