"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


lunes, julio 19, 2010

Brillando en la oscuridad...

No conozco muy bien el motivo por el cual se festeja el 20/07 el día del amigo en Argentina. Pero, si bien tengo mis dudas en cuanto a “los día de”, nunca dejo pasar una oportunidad de celebrar y brindar por algún noble motivo. Cuánto más cuando ese motivo es la amistad.
Entonces, a modo de copa burbujeante, decidí escribir algo relacionado a la amistad. Pero buscando un poco de originalidad, me tropecé constantemente en caminos frecuentes. Que “sos importante para mí”, que “nunca me faltes”, que “nunca cambies” y todo eso. Válido, pero recurrente.
Después transité las avenidas de la filosofía y la profundidad… pero como no conocía nada, enseguida agarré una cortadita, la de los cuentos y las fábulas. Sé que las pocas personas que forman mi lista de amistades sabrán entender que este es mi idioma y que si bien no es un mensaje directo lleno de palabras y frases repletas de sentimientos, no deja de ser un emotivo saludo y un grito de gratitud por la amistad que a diario empapela esta habitación enmohecida y agrietada.


El hombre sin reflejo
José Filippo poseía la peculiar característica de no verse reflejado en los espejos. Tampoco su imagen perduraba en las fotografías ni en las cintas de video. Nunca se supo bien cuál era el motivo que impedía que su imagen se reflejara ni qué fenómeno la había provocado.
En sus primeros años esta cualidad no era un problema para José. Pero a medida que la adolescencia comenzó a hacer estragos en su cabeza, los primeros trastornos comenzaron a presentarse.
Cuando pibe, su mamá era la encargada de aprolijarlo a diario. Lo peinaba con raya a un costado y acomodaba sus cejas para que no estuvieran desordenadas.
Siempre bastó que su madre le dijera que él era la persona más hermosa del mundo. Era su mamá quién se lo decía. Pero cuando creció su interés en la belleza del sexo opuesto comenzó a sospechar de la veracidad de esta afirmación materna. Las mujeres no huían despavoridas ante su presencia, pero tampoco les preocupaba demasiado perderse la oportunidad de salir con “la persona más hermosa del mundo”. Era de esperarse que ante tal posibilidad las chicas debieran hacer cola para charlar un rato con él. Sin embargo, Tito Lezcano parecía tener mucha más suerte en cuestiones amorosas.
La necesidad primaria de conocer su rostro y saber si su mamá le había mentido toda la vida concluyó en una obsesión que ocupó sus ideas durante mucho tiempo.
El primer intento tuvo que ver con un pintor amigo que estudiaba en la escuela de arte pero el expresionismo no es un fiel amigo de los retratos.
A diario, cerraba sus ojos y tocaba lenta y minuciosamente cada recoveco de su cara. Intentaba utilizar otros sentidos para reconocerse. Una lágrima sutil siempre rubricaba su intento desesperado.
Tito y Charly, sus amigos de la infancia, no pudieron soportar su desdicha y decidieron apoyarlo en este viaje al descubrimiento. Juntos llevaron a cabo miles de planes y estrategias. Formaron espejos de agua en fuentones de zinc, de plástico y hasta en una palangana de losa blanca. Incluso viajaron hasta el más tranquilo de los lagos para obtener el más nítido de los reflejos. Compraron máquinas fotográficas de todas las marcas esperando que alguna obtuviera el resultado esperado. Filmaron, copiaron y volvieron a filmar. Las grabaciones fueron sometidas a los más rigurosos filtros y procesadas por el software más avanzado. Adquirieron experiencia técnica en el campo de las imágenes. Crearon productos y métodos revolucionaros. Durante años trabajaron arduamente, pero siempre obtuvieron el mismo resultado: imágenes borrosas, acuarelas corridas, manchas oportunas, ondas concéntricas desfiguradoras.
Cuando comprendieron que obtener una imagen del rostro de José sería imposible, en lugar de rendirse ante el fracaso, decidieron utilizar estrategias un poco menos convencionales.
Charly intentó obtener una descripción detallada de los parientes más cercanos de José. Pero sus abuelos maternos dijeron que era igualito a su madre. Los paternos, en cambio, juraron igualdad con su progenitor. Su madre volvió a jurar que era la persona más hermosa del mundo y su padre atinó a decir algo acerca de que de tal palo, tal astilla.
Inspirado por la idea de Charly, Tito creó una encuesta en donde preguntaba, con todo el rigor, hasta el mínimo de los detalles, haciendo énfasis en los ojos, la boca, el mentón y el cabello de José. La repartieron por el barrio, el colegio, el club, por todas partes. Pensaron que mientras más datos tuvieran, más simpe sería armar la imagen. La idea era perfecta, pero el resultado fue muy amplio.
Las respuestas fueron desde “no tengo las más mínima idea de quién es éste” hasta específicas características descriptivas del rostro de José. Pero la encuesta también mostró que el rostro del sin reflejos no era igual para todas las personas. Casi todos concordaban en el color de ojos y de cabello y medianamente coincidían en la altura, pero para algunos su nariz era puntiaguda, para otros, regordeta. Otros creían que sus ojos eran medianos, pero no faltaban los que decían que eran grandes y los menos, muy chicos. Algunos sostenían que sus mejillas eran rechonchas pero muchos llegaron a pensar que eran flacas, casi esqueléticas.
Fue ahí cuando José tuvo una iluminación. La idea nació en su cabeza y fue recorriendo cada una de sus extremidades, estimulando sus nervios y vigorizando sus músculos.
– Es lógico – dijo – que cada una de las personas encuestadas hayan dado respuestas tan variadas. Es entendible porque cada uno de ellos conoce solamente ciertos aspectos míos y han visto mi rostro en diferentes situaciones. Algunos fueron compañeros de primaria, otros del secundario. Algunos los conocí porque vivimos cerca y a otros porque coincidimos durante viajes. La objetividad de mis padres y abuelos está empañada por el amor y el cariño fraternal. Para una madre ningún hijo es feo, aunque sea un Cuasimodo en potencia. Existen solamente dos tipos que pueden dar una descripción fidedigna de lo que soy… y esos son ustedes, mis amigos, los que estuvieron desde el principio conmigo, fracaso tras fracaso, en esta empresa que fue conocerme.
Charly y Tito escuchaban en silencio, sabiendo donde los llevaría la reflexión.
– Sólo ustedes pueden decirme cómo soy… así qué, respondan… ¿Cómo me veo? – preguntó, esperanzado, José.
Los amigos se miraron cómplices y evaluaron la situación. Sabían que su respuesta era lo que José estuvo persiguiendo toda su vida. Sabían que lo que dijeran, marcaría a su amigo por siempre. José tenía razón, sólo ellos tenían la llave del conocimiento en sus manos.
– Te ves… – dijeron casi al unísono y dándole solemnidad al asunto – ¡…como un flor de pelotudo! – Y soltaron una carcajada socarrona.


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jueves, julio 01, 2010

Con la frente marchita

Siempre estoy volviendo a mi San Nicolás natal. Me gusta pensar que, de alguna manera, nunca me fui. Pero eso no es verdad.
Recuerdo el día en que lo comprendí.
Llegué a mi barrio después de varios años. Iba recordando esquinas, veredas y personas muy familiares durante todo el trayecto que une la casa de mi tía con la vieja casilla interna revestida con recuerdos donde viví de pibe. Pero al llegar, cuando me paré en la vereda, comprendí que, aunque estuviera ahí, no había regresado a donde yo quería.
Alguna fuerza moderna había cambiado la carbonilla de las calles por un vulgar asfalto. El tapialito y la reja negra habían mutado a una pared amarilla, con dos frías ventanas regulares. La puerta del pasillo que comunicaba directo con mi casa, en la cual me paraba poniendo mis pies entre reja y reja y viajaba aferrado mientras formaba el arco que modificaba su estado de abierta a cerrada y viceversa (más de una vez me comí un reto por eso), había sido reemplazada por un portón para autos, con un recorrido mucho más grande, pero también más triste.
Hice dos pasos para atrás, para poder contemplar el paisaje desolador por completo.
Quise llorar.
Pero no fue la calle, ni la nueva pared, tampoco la falta de mi puertita lo que realmente me sopapeó.
Alguna perversa entidad, sin corazón ni sentimientos, taló mi árbol. Arrancó de raíz mi infancia.
Mi árbol no era un árbol común, para nada. No era un simple fresno de mediano tamaño. Era, en realidad, algunas veces una nave espacial y otras tantas el cubil secreto del superhéroe que supe ser de niño. Tenía dos ramas paralelas lo suficientemente distanciadas como para ser el asiento del capitán ó el mullido sillón desde donde se dirigían todas las operaciones para salvar al mundo.
Las veces anteriores, cuando regresaba, el fresno se erguía como símbolo de mi niñez, un emblema de mi crecimiento progresivo. La rama que primero era inalcanzable, ahora la tocaba con la cabeza. El robusto tronco gigantesco, ahora lo abrazaba sólo con un brazo.
Pero esta vez, alguien, algo, o vaya a saber uno qué, había tenido la cobardía de extirparlo mientras yo no estaba ahí para defenderlo.
Su ausencia fue el cachetazo que me hizo percatar de que ese ya no era mi lugar. Ya no era el sitio que amé, pese a tener las mismas coordenadas geográficas.

Fue ahí, parado en esa vereda de baldosas húmedas, donde comprendí que no existía el regreso para mí. Fue en ese lugar conocido, donde entendí que nunca más podría usar el guardapolvo impecable los lunes y grisáceo los viernes, que ningún otro beso sabría como el primero, que nunca más iba a dar la piedra y salvarme y mucho menos poder salvar a todos mis compañeros.
El tiempo avanza a velocidad constante, pero sin detenerse nunca. Las cosas cambian y las personas mucho más. Por eso, por más que lleguemos exactamente al mismo lugar, nunca habremos regresado verdaderamente.

La persona que incrédula miraba lo que supo ser su infancia, no era la misma que se fue a Entre Ríos pila de años atrás. Ahora cargaba decepciones, ilusiones, estudios, ratas, picados barriales y relaciones con otras personas, tenía plata en el bolsillo y mis planes de vida impecables. Era Pablo, pero otro Pablo. Volví, pero nunca regresé.

Ahora, que me miro al espejo y me veo más gordo y empezando a calvear, ya tengo asumido esto de no buscar la felicidad hacia atrás y que la cosa no tiene tanto que ver con el destino, sino más bien con cómo nos la rebuscamos durante el camino. Ya no intento llegar a donde fui feliz, sino más bien encontrar otros lugares donde poder serlo. A cada minuto. Porque no soy el mismo con cada segundo que pasa. Porque la panza crece y ya no llego a las pelotas en los ángulos. Porque las personas que nos rodean y amamos están con nosotros ahora, pero no sé si estarán después.
Ahora que releo esta entrada, ya no me gusta como al principio. Eso quiere decir que el que la termina de escribir no es el mismo que la comenzó. Dejo un abrazo grande para todos los que pasan por este post, pero no sé de parte de quién… imagino que de parte del que termina… aunque podría ser del que la inició… O de ambos, todo esto es muy complicado. Tal vez yo mismo, pero dentro de una puñado de años, lea este texto que tuvo la sana intensión de ser explicativo, y por fin alcance a comprender lo que hoy quise decir… o quiso decir el que supe ser cuando todavía no había escrito esto.


En el fresno, con mi hermano, en una de las tantas vueltas sin regresar.