"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


jueves, diciembre 05, 2013

Vitalina


Hoy es un día maravilloso.
La raza humana, parada sobre sus cenizas, se abraza a la esperanza y brinda por el futuro que creía perdido. Tuvimos que sufrir demasiado. Perder todo lo que creímos  importante. Aprender a valorar la vida más allá de cualquier cosa. Unirnos, desesperarnos, llorar, morir, desahuciarnos. Renacer.

Durante años creímos que el calentamiento global y sus consecuencias serían un problema del cuál tendrían que preocuparse nuestros nietos, a lo sumo nuestros hijos. No quisimos verlo. No nos preparamos y nos tomó desprevenidos.

El primer síntoma grave fue el aumento de temperatura. Los polos sangraron el precioso líquido vital y el invierno pasó a ser sólo una marca en los calendarios. La muerte se vistió de huracanes, tifones e inundaciones. Después el agua decidió alterar su ciclo y desaparecieron las lluvias. Las nubes fueron cada vez más robustas y el sol un astro cada día más lejano. El ambiente contaminado, los gases liberados y la excesiva humedad del aire formaron una barrera para el sol, para el agua y para cualquier otra cosa que intentara filtrarse. Quedamos encerrados.
Los océanos ganaron terreno y el agua salada se filtró a los ríos. Los peces murieron contaminados  y su podredumbre y pestilencia llegó a todos lados. En apenas unos meses el agua dejó de ser potable y la humanidad toda dependía de las vertientes y las napas más profundas que permanecían dulces.  Los gobiernos restringieron los sitios donde la tierra emanaba el néctar de la vida y las armas nucleares dejaron de ser el parámetro que hacía poderoso a un país.

Las economías se derrumbaron, la agricultura, las industrias, el transporte, y toda otra actividad comercial tuvo que adaptarse para subsistir.


La ciencia calculó que, reduciendo la población mundial un 95%, tendríamos agua suficiente para dos años y medios. El primer año llegó atiborrado de guerras, de saqueos, de abusos. Nos refugiamos, nos preparamos y nos endurecimos. Hicimos todo lo necesario para defender y proteger a los nuestros. Los que no murieron en los conflictos, se secaron en sus hogares, rodeados de sus amados, impotentes al punto de siquiera poder generar una lágrima de dolor para derramar.

La muerte fue un pariente cercano de todos y nuestros muertos se acumulaban en las fosas comunes. Las fronteras cayeron. América del Sur se estableció como la mayor potencia mundial  gracias a Argentina, la nación que mejor supo proteger sus recursos acuíferos. Europa y África fueron los primeros continentes en convertirse en desiertos. Australia resurgió luego de las primeras inundaciones, pero se había sepultado toda su flora y ya no fue habitada. La Antártida desapareció con los deshielos y América del Norte y parte de América Central se devastaron entre sí por el uso de armas de destrucción masivas, disparadas en el afán de dominar terrenos todavía fértiles. Asia se organizó rápidamente y parecía que podría sobrevivir, pero no pudo reducir su superpoblación y agotó rápidamente sus reservas de agua en apenas unos meses.

Fue en ese momento, en medio del caos mundial, cuando surgió una esperanza. El biólogo molecular, Dr. Virgilio Martínez, presentó ante el Consejo Sudamericano su estrategia para hacer frente a la crisis que amenazaba con acabar con la vida por completo.
Su investigación demostraba que podía generar una sustancia similar al agua basada en zinc, sales minerales e hidrógeno. En su precario laboratorio había logrado obtener aproximadamente un litro de Vitalina, nombre resultante de la palabra “vida” en latín y Carolina, su hija muerta un año atrás. El proyecto estaba en una etapa experimental y para poder llevarlo a cabo se necesitaban recursos que ningún gobierno en pie disponía.

Para ese entonces, los océanos, mares y ríos se habían evaporado y las grietas en la superficie del planeta crecían como íconos de destrucción y muerte, cicatrices de un mundo agonizante. Los científicos habían demostrado que los cálculos estaban errados y el tiempo estimado era mucho menos extenso que lo pensado en primera instancia.

Cuando el Consejo estaba a punto de descartar el proyecto por considerarlo imposible de realizar, el presidente de la zona central de América ofreció todos sus recursos, tanto humanos como industriales, para poder construir la refinería necesaria para la producción de Vitalina. Sin demora, los estados independientes que todavía persistían dispersos por todo el mundo hicieron saber al Consejo que estaban dispuestos a colaborar con el único plan que era factible a corto plazo y que consideraban la única chance de la humanidad.

El Consejo aceptó el proyecto y agotó todos sus recursos económicos en él. Durante 6 meses sólo se podía ver a los hombres trabajando y a las máquinas cargando pesadas estructuras. Los alimentos eran provistos por el gobierno y los organismos de ayuda humanitaria eran los encargados de la preparación y la distribución. La agencia SHIELD, desconocida hasta ese momento, fue la responsable de organizar el trabajo, los turnos, los obreros y todo lo concerniente a la construcción de la refinería.

La obra continuó durante once meses de esfuerzo sin descanso. Los hombres entendieron que trabajando en conjunto podrían resistir esta prueba. Cuando perdieron todo, sintieron que todavía conservaban lo más valioso y que valía la pena luchar por eso. La humanidad volvió a ser humana.

Dos días atrás se agotó la última vertiente de agua de todo el planeta. Pero hoy, sobre los escombros resecos de un mundo destruido, se inaugura en Sudamérica la primera Refinería de Vitalina como emblema de otro mundo que nace. Sus gigantescos Vitaductos llegan hasta tres de las ciudades más importantes del continente. Cuatro refinerías más ya están en construcción y los hombres no escatiman esfuerzos ni energías para terminarlas. Hay cinco más proyectadas en un futuro inmediato y se planea poder tener una refinería en cada ciudad. 

Hoy es un día maravilloso.