"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


miércoles, octubre 30, 2013

¡Crack!


Todo era quietud cuando Arturo Medina despertó esa mañana antes de que sonara el despertador que había puesto por las dudas. Hoy no podía quedarse dormido, aunque nunca lo hacía. En unos pocos minutos estaba listo para enfrentarse con el mundo que lo aguardaba inquieto. Previo a cerrar con llave la puerta de calle chequeó tener todo lo necesario en sus bolsillos. En el delantero derecho estaban la llave del auto, monedas para los trapitos y la lista con las cosas por conseguir y comprar. En el otro, el izquierdo, el reloj con la malla rota. Había decidido que no valía la pena arreglarlo. En uno de los bolsillos de atrás, la billetera con el dinero justo.

Hizo girar la llave, chequeó que la puerta estuviera bien cerrada y caminó sin detenerse hasta el auto. En el camino, se tomó su tiempo para saludar a Cristian, el vecino que vive pegadito a su casa, hincha de Racing y que siempre lo gasta cuando pierde el cuadro de sus amores, Independiente. Encima, con esto del descenso, está el doble de insoportable. “Ya vendrán tiempos mejores” pensó mientras falseaba su sonrisa. A veces el destino es tan sádico como para ponerte un vecino hincha del club que más odiás en las peores épocas del tuyo. Encima el tipo es buena gente. Se va de tema con las cargadas, pero siempre está cuando Arturo lo necesita y eso hace que toda la cuestión sea más jodida. No se puede aborrecer al que te paga con amabilidad, gauchadas y un poco de yerba cuando te olvidaste de comprar en Super, que está más barata.

Una vez en el auto, llegó prácticamente sin detenerse a una de las ferreterías más grandes del centro. En el barrio hay dos negocios como este, pero ninguno tiene precios bajos. Además, en ninguno de ellos atiende Julia, una rubia linda de ojos sinceros. Siempre busca algún pretexto para acercarse hasta la ferretería y poder charlar con ella. A veces, es un tornillo específico, otras, una hoja de sierra. Cualquier cosa es válida. Lo importante es poder decir alguna tontería y quedar fascinado por la sonrisa cómplice que siempre le devuelve la rubia.

Hoy no fue la excepción. Caminó hasta la caja trayendo en un cesto lo que había comprado, ½ kilo de clavos, 2 hojas de papel de lija y 6 metros de soga. Le pareció demasiada cantidad para lo que pensaba armar, pero también sabía que era la primera vez que lo haría, así que estar seguro que no se iba a quedar corto con los ingredientes, como le gusta llamar a los materiales requeridos para llevar a cabo sus proyectos, era una necesidad. Saludó y la rubia esbozó una sonrisa tímida. Hablaron, cruzaron miradas, se desearon lo mejor, y salió a paso firme y ligero del lugar. Siempre sale ligero del lugar porque extender la agonía de saber que ella todavía está al alcance de sus ojos y no poder mirarla es una tortura que no soporta. Sin embargo, conoce exactamente cuál es el punto en donde ella dejará de estar dentro de su campo de visión y siempre, antes de dar el paso final, mira sobre sus hombros y alcanza a  ver que ella también está mirándolo, esperando ese sutil saludo final. Hoy no lo hizo. No tuvo fuerzas. Sus ojos eran la única cosa que lo podría hacer cambiar de opinión y no quiso correr el riesgo.

Decidió llegar caminando a la casa de su tía Pocha. En realidad, se llama Esnelina, así que él está agradecido por el apodo aunque también le suene feo. Es preferible. Son varias cuadras, pero quiere aprovechar el fresco para caminar y el estacionamiento ya pago por media hora más en la ferretería.

Pensaba pasar de regreso por la casa de Julio. Sospechaba que su presencia ayudaría a que su amigo, el mejor, se diera cuenta que la  cosa es en serio y necesita una pronta definición. Igual, no creo que se demore mucho después de hoy. Será un buen incentivo. Lo llamó por el celular mientras caminaba pero no lo atendió. No cambia en nada, ya están todos los papeles en orden.

Ensimismado, llegó rápidamente a la casa de Pocha. La tía lo saludó amorosamente. Él no está acostumbrado a las grandes demostraciones de afectos. De todos modos, es su tía la que siempre le roba los mejores abrazos y besos. Hablaron algunas  pocas trivialidades antes de que ella le entregara un paquete que ya traía con ella. Le dio un abrazo grande, un poco más fuerte que de lo habitual y de inmediato estaba regresando al estacionamiento donde su auto descansaba impávido.

En el camino a su casa sólo se detuvo en la panadería donde compró 6 pancitos. Una tradición que no iba a dejar de realizar hoy. Sobre todo hoy. Como siempre, le dieron dos bolsitas con 3 panes cada una. Examinó las dos y eligió la de panes más grandes para el almuerzo postergando la otra para la cena. Saludó y siguió su camino. Sabía que hoy no iba cocinar, pero pensó que comprar los panes de todos modos era una buena idea, sobre todo si era necesario engañar el estómago durante el día.

Las cosas salieron mejor que lo planeado y se felicitó por eso. Sacó del bolsillo el reloj, apenas las 10.30. Le quedaba casi todo el día para terminar. De igual manera, no se relajó. Al contrario, apenas llegó a su casa se propuso terminar cuanto antes con lo que había iniciado ese día.

Trabajó en su garaje durante unas horas sin pausa. No detuvo su labor siquiera para ir al baño, y eso que estaba aguantando las ganas de orinar. Cerca de las cuatro de la tarde, el pequeño caballete estaba terminado y le habían sobrado más de la mitad de los clavos. Sabía que eran demasiados. La escuadra era perfecta, la lija había dejado sin astillas la madera y las medias eran las deseadas. Perfecto, como todo lo que proyectaba y construía.

Se tomó un tiempo para analizar su obra y se enorgulleció de su talento. Nunca había hecho algún curso o similar y  sin embargo estaba seguro que podría hacerle frente a cualquier carpintero en un mano a mano. Fue al baño. Suspiró aliviado.

Colocó el caballete en el sitio especial que había preparado el día anterior y notó que era más petiso de lo que necesitaba. Algún cálculo equivocado hizo que la altura no fuera la suficiente. Ni siquiera maldijo por haber perdido todo un día de trabajo, pero sí lamentó haber malgastado el único ingrediente que no había previsto reforzar.  Echó un vistazo rápido al lugar y comprendió que nada podría ayudarlo. Repitió el procedimiento en el living, con igual resultado. En su habitación no tuvo mejor suerte. Sonrió por lo bajo cuando encontró en la cocina la cacerola grande que su padre usaba para los locros y las busecas familiares. Era del tamaño y la altura justa y como hacía años que no se usaba, desde que su padre se había olvidado de vivir un día, nadie se iba a preocupar por el uso que le iba a dar. Siempre se preguntó si morir era deja de tener signos vitales o, en realidad, era dejar de vivir. Regresó al garaje a terminar con su faena.

Trajo consigo el paquete que su tía le había entregado durante la mañana y sacó una bolsa a cuadritos blancos y rojos, con el nombre “Nacho” bordado en azul, en letras grandes. Era la bolsa que Nachito iba a usar cuando asistiera al jardín. Estaba nueva. Sin uso. La observó durante largo rato sin preocuparse por retener las lágrimas. Dobló cuidadosamente la bolsa bicolor y la guardó en el bolsillo de su jean sucio por el trabajo del día.

Buscó la soga que había comprado y notó, como sospechaba, que con sólo cuatro metros hubiese alcanzado. Ató un extremo a una columna vertical y cruzó el otro extremo por durmiente del techo de chapa de la cochera. Hecho esto, armó el nudo que había practicado toda la semana con dificultad. Nunca fue bueno con las sogas.

Puso la cacerola boca abajo sobre el caballete. Escaló la construcción con cuidado, metió la cabeza en el hueco que formaban la soga y el nudo, lo ciño bien contra su cuello porque sabía que no era la presión si no el golpe lo que mataba. Respiró y saltó.

¡Crack!


El sonido perturbó apenas un segundo el silencio del garaje. Algunos pocos espasmos sacudieron el cuerpo tibio antes que todo fuera quietud otra vez. 




viernes, octubre 18, 2013

Pero no


Hoy estuve pensando en vos. Pensé que ya te había olvidado, pero no. Juré que ya había logrado desterrarte de donde sea que estás metida en mí, pero no. Supuse que ya te había dejado atrás, en medio de las oscuras avenidas del pasado, pero no. Creí que no eran tuyas las caricias suaves y que era otra la dueña de los besos que cruzan como relámpagos furtivos  cada vez que cierro los ojos, pero no.

El tiempo pasa como una tormenta perfecta. Primero, ves las nubes a la distancia, que se aproximan y pensás que no es necesario buscar refugio o abrigo. Cuando el sol se esconde y el viento comienza a despeinarte, sabés que sos lo suficientemente rápido como para de un pique dejar el temporal atrás. Pero cuando te sorprende la lluvia, y el agua brota por todas partes, cuando las olas te sacuden de un lado para el otro, y tu cabeza golpea el fondo y choca contra las piltrafas que van flotando con vos, lo único que te importa es poder, cada tanto, pegar una bocanada que llene tus pulmones, para aguantar un rato más. Voy agarrado como puedo, naufragando, asido con todas mis fuerzas de un salvavidas deshilachado que ya casi no flota. Creí que nunca iba a mojarme, pero no.

No sé dónde comienza mi historia, si es que realmente tiene un comienzo. Si el principio tiene que ver con la memoria, mi historia comienza en tu sonrisa luminosa, porque es lo único que recuerdo cuando busco un inicio. Mucho menos sé dónde esto termina. Ni siquiera sé cuántas historias son mi vida o si es solamente una. No logro distinguir si son muchos finales o el mismo repetido siempre.  ¿Será que es necesario terminar una para comenzar otra o se pueden vivir vidas simultáneas? ¿Vos sos mi vida o mi muerte? ¿Se puede estar vivo sin tenerte? ¿Sin sentirte? Aposté todo para verte sonreír, pero no.

La muerte es una amante despiadada. Yo fui inmortal hasta que ella murió. La muerte es ausencia y vos no estás. El universo está lleno de ausencia porque uno está casi en ninguna parte. La muerte es olvido y yo no puedo matarte. Soñé que era fácil dejarte ir, pero no.

Creía que a esta altura de mi vida tendría más certezas que preguntas y sin embargo son pocas las cosas a las que puedo aferrarme sin dudar. Pensé que todo sería como lo pensé. Pensé que la vida iría de la mano con mis deseos. Que sabría de dónde vengo y a dónde voy pero resulta que ni siquiera sé si estoy yendo a alguna parte. Quería que vinieras conmigo, pero no.

Ellas son todas menos vos. Creí volverte a encontrar muchas veces, pero no. Afirmé que el amor valía menos que la vida, pero no. Hay noches en que te siento cerca, pero no. Hay días en los que puedo sonreír sin vos, pero no. Hay momentos mágicos en donde no estás, pero no. Te tengo, pero no. Ya no te extraño y aprendí que no te necesito, pero no. Sé que no eras lo mejor para mí, pero no. Lo sé, pero no.  Sí, pero no.

Pensé que sabía muchas cosas y sin embargo entendí que sólo sé que ya no te quiero. Pero no.