Esta es la historia de una margarita enamorada del
fresno que la cobijaba con sus hojas en invierno. Fue sencillo enamorarse,
porque la primera vez que abrió sus ojos, una mañana tibia de septiembre, el
árbol se pavoneaba majestuoso y lleno de orgullo, sobresaliendo en la llanura silvestre
que los hospedaba.
-¡Te quiero mucho! -le dijo- Te regalo mi hoja más
grande y bonita, que es lo más valioso que tengo.
-No la quiero. Vos sos apenas una flor y yo el
árbol más sublime de todo el mundo
–respondió el fresno con sequedad y la hoja montó una brisa cálida que
pasaba y se alejó de ellos.
La margarita, con el corazón quebrado, decidió convertirse en la flor más bella de
todas y ser meritoria del amor exigente y esquivo.
Todos los días, resplandecía con fuerzas y lucía
radiante sus colores.
-¡Te quiero mucho! –volvió a decir- Ésta bonita
hoja es para vos.
-No la quiero. Es apena una hojita insignificante
–y la hoja trepó al viento de primavera y se perdió con el tiempo.
Cada día, la margarita desprendía una de sus hojas
y se la regalaba al árbol altivo que las despreciaba sin resquemores. Con cada
hoja entregada, la flor perdía belleza y su amor se resquebrajaba, pero no
desaparecía.
-Te quiero poquito –dijo un día triste-, pero
todavía te quiero. Te regalo una de las pocas hojas que me quedan.
-No la quiero. Es una hoja pequeña y sin encanto.
Te la hubieras guardado para vos, que te hace falta –dijo el fresno mirando
apenas de reojo a la flor casi desnuda, mientras la hoja despreciada escapaba
por la llanura sin destino.
-Te quiero poquito… ¿vos no me querés, aunque sea
apenas? Te he regalado casi todas mis preciosas hojas y he dedicado mi vida
sólo para ser digna de tu amor.
Mientras hablaba, la flor desprendió una hoja más,
quedando sólo un último pétalo prendido de su cuerpo marchito.
-Nunca las quise y tampoco quiero esta triste hoja
sin color.
La hoja dio apenas unos saltos, antes de morir
desolada entre las hierbas coloridas del lugar.
El sol, que siempre está atento a lo que ocurre en
el mundo, intervino justo antes que la flor soltara su regalo final.
-Te voy a llevar a un lugar donde el amor siempre
es correspondido y las lágrimas amargas son enjugadas con los besos más
tiernos.
-Ya no te quiero –dijo la margarita y se dejó cubrir
por el astro.
El último pétalo cayó a los pies del fresno. Una
lágrima salada caminó por la hoja y empapó la raíz del árbol, que siempre creyó
que esto fue solamente una gota del rocío de la mañana.
Es extraño, pero desde ese día, todas las
margaritas tienen la extraña propiedad de aseverar a los amantes inseguros si
se los quiere mucho, poquito o nada. El misterio es, en realidad, saber si esto
es un guiño de procedencia celestial o infernal. O ambas.