A veces, la vida tiene manera muy raras de llamarnos la atención. Esta es la historia de una joven
mujer amante de las ferias americanas. Su afición a la ropa usada no se debía a una estrategia económica, sino a que ella se sentía, de alguna manera extraña, poseída por las personalidades de los antiguos dueños de la ropa que compraba por
muy poco dinero. Fue una etapa mágica de
su vida. Nunca fue tan feliz como cuando pudo vivir muchas vidas gracias al estante
de las rebajas.
La
primera vez que le pasó, usaba unas zapatillas deportivas sin cordones que
consiguió muy baratas. Estaban muy bien cuidadas y ese factor fue determinante
al momento de elegirlas, descartando unas Nike más llamativas pero menos
conservadas. Apenas se las colocó, supo
que su vida ya no era más suya. Sintió emociones de otros, retuvo recuerdos
ajenos y se apropió de comportamientos del anterior propietario del calzado.
El mayor
problema se presentó al descubrir que las zapatillas habían pertenecido a una
impuntual bailarina de valet. Comentó doña Ana, su vecina más cercana, quién la
vio salir de su casa ese día:
–Iba a
toda carrera por la vereda, como si llegara tarde a la reunión más importante
de su vida. Ahora, por qué iba corriendo en puntitas de pie y pegaba unos
saltos cada tanto, no sabría decírtelo, m’ijo.
En otra
oportunidad, la prenda seleccionada fue un vestido de noche negro. Le pareció
moderno e ideal para una salida informal. Lo estrenó al siguiente sábado,
cenando con Manuel, su novio en esa época, en un restaurante cheto de la
ciudad. El problema, esta vez, fue entender que el vestido había pertenecido a
una quinceañera caprichosa, como casi todas, quién lo había usado en su fiesta
de cumpleaños.
Dijo
Manuel:
–No sé
qué bicho le picó esa noche. Se la pasó sacándose fotos grupales de mesa en
mesa. Saludando a las demás personas que
estaban en el restaurante y agradeciéndoles por haber venido.
No hace
falta agregar que fueron invitados a retirarse del local ante la atenta mirada
de los comensales sorprendidos.
Pudimos
recopilar varias anécdotas más de esta ladrona de vidas, o prestadora de
cuerpo, porque todavía no se ha podido determinar cuál de los dos eventos era
el que sucedía cuando ella usaba la ropa comprada en ferias.
Cierta
vez compró una mochila cuyo dueño anterior había sido un reconocido delantero
de Patronato. Regresó de su trabajo chocando hombro con hombro a quién se
cruzara con ella y se tiraba en todas las esquinas, reclamando una falta
inexistente.
También,
sólo una vez, usó una remera que había
sido de una vendedora de McDonalds y se pasó todo el día preguntando a la gente
si no lo prefería en combo por $2 más. De todos modos, no fue tan vergonzoso
como cuando se pasó todo el día sonriendo y mostrando sus piernas en una
esquina, mientras usaba una calza que había pertenecido a una promotora de
TC.
Cierta
vez, una mujer la increpó en la calle al grito de “¡Esa es mi remera, chorra!”.
Atónita, le explicó que la había comprado con todas la de la ley en una feria
americana y que en todo caso, debía remitirse hasta ese lugar para presentar su
reclamo. La mujer le explicó, ya más calmada, que había sido víctima de un robo
y le habían desvalijado la casa. Después de prometerle que no volvería a
comprar en ese lugar, cada una siguió su camino. Era evidente que los ladrones
habían usado la prenda antes de venderla en la feria, porque al llegar a su
casa tuvo que devolver la billetera que robó a la señora mientras hablaban.
De todos
modos, la vez que siempre viene a la memoria cuando se habla de esta historia,
es aquella tarde cuando decidió usar las medias de una cajera en un
supermercado, la remera de una jugadora de hockey, los pantalones de una
bailarina de tango y las zapatillas de un ex luchador de sumo. El resultado fue
inenarrable.
–Parecía
que estaba convulsionando –dijeron las viejas del barrio.
La
experiencia sirvió para que fuera más cuidadosa al momento de seleccionar sus
prendas y combinarlas. Incluso más de lo habitual en una mujer.
Fue una
buena época de su vida. Duró lo que tuvo que durar y así, como llegó, de un día
para el otro, el milagro se retiró.
–No
quiero hablar al respecto –dijo cuando intentamos hablar con ella. –Sólo te
puedo decir que pude luchar contra el berretín cósmico de querer vivir todas
las vidas y estar obligado a transitar sólo por una.
–¿Y cómo
es su vida ahora que ya no puede vivir otras vidas?
Se
detuvo. Me miró, analizándome. Se tomó un tiempo para decidir si contestar o
no.
–Ahora,
simplemente, vivo mi vida. Te aseguro que es más que suficiente.
–¿Y hay
algo que extrañe de esa etapa de hipocondríasis textil?
Volvió a
pensar antes de contestar. Una sonrisa pilla se dibujó en su rostro.
–La
cartera negra de Estela –dijo por lo bajo, recordando a la mujer que habitaba
la esquina del barrio menos iluminada, después de las 23:00, casi todas las
noches.