"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


jueves, abril 10, 2014

Retazos


A veces, la vida tiene manera muy raras de llamarnos la atención. Esta es la historia de una joven mujer amante de las ferias americanas. Su afición a la ropa usada no se debía a una estrategia económica, sino a que ella se sentía, de alguna manera extraña, poseída por las personalidades de los antiguos dueños de la ropa que compraba por muy poco dinero.  Fue una etapa mágica de su vida. Nunca fue tan feliz como cuando pudo vivir muchas vidas gracias al estante de las rebajas.
La primera vez que le pasó, usaba unas zapatillas deportivas sin cordones que consiguió muy baratas. Estaban muy bien cuidadas y ese factor fue determinante al momento de elegirlas, descartando unas Nike más llamativas pero menos conservadas.  Apenas se las colocó, supo que su vida ya no era más suya. Sintió emociones de otros, retuvo recuerdos ajenos y se apropió de comportamientos del anterior propietario del calzado.
El mayor problema se presentó al descubrir que las zapatillas habían pertenecido a una impuntual bailarina de valet. Comentó doña Ana, su vecina más cercana, quién la vio salir de su casa ese día:
–Iba a toda carrera por la vereda, como si llegara tarde a la reunión más importante de su vida. Ahora, por qué iba corriendo en puntitas de pie y pegaba unos saltos cada tanto, no sabría decírtelo, m’ijo.

En otra oportunidad, la prenda seleccionada fue un vestido de noche negro. Le pareció moderno e ideal para una salida informal. Lo estrenó al siguiente sábado, cenando con Manuel, su novio en esa época, en un restaurante cheto de la ciudad. El problema, esta vez, fue entender que el vestido había pertenecido a una quinceañera caprichosa, como casi todas, quién lo había usado en su fiesta de cumpleaños.
Dijo Manuel:
–No sé qué bicho le picó esa noche. Se la pasó sacándose fotos grupales de mesa en mesa. Saludando a las demás  personas que estaban en el restaurante y agradeciéndoles por haber venido.
No hace falta agregar que fueron invitados a retirarse del local ante la atenta mirada de los comensales sorprendidos.

Pudimos recopilar varias anécdotas más de esta ladrona de vidas, o prestadora de cuerpo, porque todavía no se ha podido determinar cuál de los dos eventos era el que sucedía cuando ella usaba la ropa comprada en ferias.
Cierta vez compró una mochila cuyo dueño anterior había sido un reconocido delantero de Patronato. Regresó de su trabajo chocando hombro con hombro a quién se cruzara con ella y se tiraba en todas las esquinas, reclamando una falta inexistente.
También, sólo una vez,  usó una remera que había sido de una vendedora de McDonalds y se pasó todo el día preguntando a la gente si no lo prefería en combo por $2 más. De todos modos, no fue tan vergonzoso como cuando se pasó todo el día sonriendo y mostrando sus piernas en una esquina, mientras usaba una calza que había pertenecido a una promotora de TC. 

Cierta vez, una mujer la increpó en la calle al grito de “¡Esa es mi remera, chorra!”. Atónita, le explicó que la había comprado con todas la de la ley en una feria americana y que en todo caso, debía remitirse hasta ese lugar para presentar su reclamo. La mujer le explicó, ya más calmada, que había sido víctima de un robo y le habían desvalijado la casa. Después de prometerle que no volvería a comprar en ese lugar, cada una siguió su camino. Era evidente que los ladrones habían usado la prenda antes de venderla en la feria, porque al llegar a su casa tuvo que devolver la billetera que robó a la señora mientras hablaban.

De todos modos, la vez que siempre viene a la memoria cuando se habla de esta historia, es aquella tarde cuando decidió usar las medias de una cajera en un supermercado, la remera de una jugadora de hockey, los pantalones de una bailarina de tango y las zapatillas de un ex luchador de sumo. El resultado fue inenarrable.
–Parecía que estaba convulsionando –dijeron las viejas del barrio.
La experiencia sirvió para que fuera más cuidadosa al momento de seleccionar sus prendas y combinarlas. Incluso más de lo habitual en una mujer.

Fue una buena época de su vida. Duró lo que tuvo que durar y así, como llegó, de un día para el otro, el milagro se retiró.

–No quiero hablar al respecto –dijo cuando intentamos hablar con ella. –Sólo te puedo decir que pude luchar contra el berretín cósmico de querer vivir todas las vidas y estar obligado a transitar sólo por una.
–¿Y cómo es su vida ahora que ya no puede vivir otras vidas?
Se detuvo. Me miró, analizándome. Se tomó un tiempo para decidir si contestar o no.
–Ahora, simplemente, vivo mi vida. Te aseguro que es más que suficiente.
–¿Y hay algo que extrañe de esa etapa de hipocondríasis textil?
Volvió a pensar antes de contestar. Una sonrisa pilla se dibujó en su rostro.

–La cartera negra de Estela –dijo por lo bajo, recordando a la mujer que habitaba la esquina del barrio menos iluminada, después de las 23:00, casi todas las noches.