No conozco muy bien el motivo por el cual se festeja el 20/07 el día del amigo en Argentina. Pero, si bien tengo mis dudas en cuanto a “los día de”, nunca dejo pasar una oportunidad de celebrar y brindar por algún noble motivo. Cuánto más cuando ese motivo es la amistad.
Entonces, a modo de copa burbujeante, decidí escribir algo relacionado a la amistad. Pero buscando un poco de originalidad, me tropecé constantemente en caminos frecuentes. Que “sos importante para mí”, que “nunca me faltes”, que “nunca cambies” y todo eso. Válido, pero recurrente.
Después transité las avenidas de la filosofía y la profundidad… pero como no conocía nada, enseguida agarré una cortadita, la de los cuentos y las fábulas. Sé que las pocas personas que forman mi lista de amistades sabrán entender que este es mi idioma y que si bien no es un mensaje directo lleno de palabras y frases repletas de sentimientos, no deja de ser un emotivo saludo y un grito de gratitud por la amistad que a diario empapela esta habitación enmohecida y agrietada.
El hombre sin reflejo
José Filippo poseía la peculiar característica de no verse reflejado en los espejos. Tampoco su imagen perduraba en las fotografías ni en las cintas de video. Nunca se supo bien cuál era el motivo que impedía que su imagen se reflejara ni qué fenómeno la había provocado.
En sus primeros años esta cualidad no era un problema para José. Pero a medida que la adolescencia comenzó a hacer estragos en su cabeza, los primeros trastornos comenzaron a presentarse.
Cuando pibe, su mamá era la encargada de aprolijarlo a diario. Lo peinaba con raya a un costado y acomodaba sus cejas para que no estuvieran desordenadas.
Siempre bastó que su madre le dijera que él era la persona más hermosa del mundo. Era su mamá quién se lo decía. Pero cuando creció su interés en la belleza del sexo opuesto comenzó a sospechar de la veracidad de esta afirmación materna. Las mujeres no huían despavoridas ante su presencia, pero tampoco les preocupaba demasiado perderse la oportunidad de salir con “la persona más hermosa del mundo”. Era de esperarse que ante tal posibilidad las chicas debieran hacer cola para charlar un rato con él. Sin embargo, Tito Lezcano parecía tener mucha más suerte en cuestiones amorosas.
La necesidad primaria de conocer su rostro y saber si su mamá le había mentido toda la vida concluyó en una obsesión que ocupó sus ideas durante mucho tiempo.
El primer intento tuvo que ver con un pintor amigo que estudiaba en la escuela de arte pero el expresionismo no es un fiel amigo de los retratos.
A diario, cerraba sus ojos y tocaba lenta y minuciosamente cada recoveco de su cara. Intentaba utilizar otros sentidos para reconocerse. Una lágrima sutil siempre rubricaba su intento desesperado.
Tito y Charly, sus amigos de la infancia, no pudieron soportar su desdicha y decidieron apoyarlo en este viaje al descubrimiento. Juntos llevaron a cabo miles de planes y estrategias. Formaron espejos de agua en fuentones de zinc, de plástico y hasta en una palangana de losa blanca. Incluso viajaron hasta el más tranquilo de los lagos para obtener el más nítido de los reflejos. Compraron máquinas fotográficas de todas las marcas esperando que alguna obtuviera el resultado esperado. Filmaron, copiaron y volvieron a filmar. Las grabaciones fueron sometidas a los más rigurosos filtros y procesadas por el software más avanzado. Adquirieron experiencia técnica en el campo de las imágenes. Crearon productos y métodos revolucionaros. Durante años trabajaron arduamente, pero siempre obtuvieron el mismo resultado: imágenes borrosas, acuarelas corridas, manchas oportunas, ondas concéntricas desfiguradoras.
Cuando comprendieron que obtener una imagen del rostro de José sería imposible, en lugar de rendirse ante el fracaso, decidieron utilizar estrategias un poco menos convencionales.
Charly intentó obtener una descripción detallada de los parientes más cercanos de José. Pero sus abuelos maternos dijeron que era igualito a su madre. Los paternos, en cambio, juraron igualdad con su progenitor. Su madre volvió a jurar que era la persona más hermosa del mundo y su padre atinó a decir algo acerca de que de tal palo, tal astilla.
Inspirado por la idea de Charly, Tito creó una encuesta en donde preguntaba, con todo el rigor, hasta el mínimo de los detalles, haciendo énfasis en los ojos, la boca, el mentón y el cabello de José. La repartieron por el barrio, el colegio, el club, por todas partes. Pensaron que mientras más datos tuvieran, más simpe sería armar la imagen. La idea era perfecta, pero el resultado fue muy amplio.
Las respuestas fueron desde “no tengo las más mínima idea de quién es éste” hasta específicas características descriptivas del rostro de José. Pero la encuesta también mostró que el rostro del sin reflejos no era igual para todas las personas. Casi todos concordaban en el color de ojos y de cabello y medianamente coincidían en la altura, pero para algunos su nariz era puntiaguda, para otros, regordeta. Otros creían que sus ojos eran medianos, pero no faltaban los que decían que eran grandes y los menos, muy chicos. Algunos sostenían que sus mejillas eran rechonchas pero muchos llegaron a pensar que eran flacas, casi esqueléticas.
Fue ahí cuando José tuvo una iluminación. La idea nació en su cabeza y fue recorriendo cada una de sus extremidades, estimulando sus nervios y vigorizando sus músculos.
– Es lógico – dijo – que cada una de las personas encuestadas hayan dado respuestas tan variadas. Es entendible porque cada uno de ellos conoce solamente ciertos aspectos míos y han visto mi rostro en diferentes situaciones. Algunos fueron compañeros de primaria, otros del secundario. Algunos los conocí porque vivimos cerca y a otros porque coincidimos durante viajes. La objetividad de mis padres y abuelos está empañada por el amor y el cariño fraternal. Para una madre ningún hijo es feo, aunque sea un Cuasimodo en potencia. Existen solamente dos tipos que pueden dar una descripción fidedigna de lo que soy… y esos son ustedes, mis amigos, los que estuvieron desde el principio conmigo, fracaso tras fracaso, en esta empresa que fue conocerme.
Charly y Tito escuchaban en silencio, sabiendo donde los llevaría la reflexión.
– Sólo ustedes pueden decirme cómo soy… así qué, respondan… ¿Cómo me veo? – preguntó, esperanzado, José.
Los amigos se miraron cómplices y evaluaron la situación. Sabían que su respuesta era lo que José estuvo persiguiendo toda su vida. Sabían que lo que dijeran, marcaría a su amigo por siempre. José tenía razón, sólo ellos tenían la llave del conocimiento en sus manos.
– Te ves… – dijeron casi al unísono y dándole solemnidad al asunto – ¡…como un flor de pelotudo! – Y soltaron una carcajada socarrona.
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Después transité las avenidas de la filosofía y la profundidad… pero como no conocía nada, enseguida agarré una cortadita, la de los cuentos y las fábulas. Sé que las pocas personas que forman mi lista de amistades sabrán entender que este es mi idioma y que si bien no es un mensaje directo lleno de palabras y frases repletas de sentimientos, no deja de ser un emotivo saludo y un grito de gratitud por la amistad que a diario empapela esta habitación enmohecida y agrietada.
El hombre sin reflejo
José Filippo poseía la peculiar característica de no verse reflejado en los espejos. Tampoco su imagen perduraba en las fotografías ni en las cintas de video. Nunca se supo bien cuál era el motivo que impedía que su imagen se reflejara ni qué fenómeno la había provocado.
En sus primeros años esta cualidad no era un problema para José. Pero a medida que la adolescencia comenzó a hacer estragos en su cabeza, los primeros trastornos comenzaron a presentarse.
Cuando pibe, su mamá era la encargada de aprolijarlo a diario. Lo peinaba con raya a un costado y acomodaba sus cejas para que no estuvieran desordenadas.
Siempre bastó que su madre le dijera que él era la persona más hermosa del mundo. Era su mamá quién se lo decía. Pero cuando creció su interés en la belleza del sexo opuesto comenzó a sospechar de la veracidad de esta afirmación materna. Las mujeres no huían despavoridas ante su presencia, pero tampoco les preocupaba demasiado perderse la oportunidad de salir con “la persona más hermosa del mundo”. Era de esperarse que ante tal posibilidad las chicas debieran hacer cola para charlar un rato con él. Sin embargo, Tito Lezcano parecía tener mucha más suerte en cuestiones amorosas.
La necesidad primaria de conocer su rostro y saber si su mamá le había mentido toda la vida concluyó en una obsesión que ocupó sus ideas durante mucho tiempo.
El primer intento tuvo que ver con un pintor amigo que estudiaba en la escuela de arte pero el expresionismo no es un fiel amigo de los retratos.
A diario, cerraba sus ojos y tocaba lenta y minuciosamente cada recoveco de su cara. Intentaba utilizar otros sentidos para reconocerse. Una lágrima sutil siempre rubricaba su intento desesperado.
Tito y Charly, sus amigos de la infancia, no pudieron soportar su desdicha y decidieron apoyarlo en este viaje al descubrimiento. Juntos llevaron a cabo miles de planes y estrategias. Formaron espejos de agua en fuentones de zinc, de plástico y hasta en una palangana de losa blanca. Incluso viajaron hasta el más tranquilo de los lagos para obtener el más nítido de los reflejos. Compraron máquinas fotográficas de todas las marcas esperando que alguna obtuviera el resultado esperado. Filmaron, copiaron y volvieron a filmar. Las grabaciones fueron sometidas a los más rigurosos filtros y procesadas por el software más avanzado. Adquirieron experiencia técnica en el campo de las imágenes. Crearon productos y métodos revolucionaros. Durante años trabajaron arduamente, pero siempre obtuvieron el mismo resultado: imágenes borrosas, acuarelas corridas, manchas oportunas, ondas concéntricas desfiguradoras.
Cuando comprendieron que obtener una imagen del rostro de José sería imposible, en lugar de rendirse ante el fracaso, decidieron utilizar estrategias un poco menos convencionales.
Charly intentó obtener una descripción detallada de los parientes más cercanos de José. Pero sus abuelos maternos dijeron que era igualito a su madre. Los paternos, en cambio, juraron igualdad con su progenitor. Su madre volvió a jurar que era la persona más hermosa del mundo y su padre atinó a decir algo acerca de que de tal palo, tal astilla.
Inspirado por la idea de Charly, Tito creó una encuesta en donde preguntaba, con todo el rigor, hasta el mínimo de los detalles, haciendo énfasis en los ojos, la boca, el mentón y el cabello de José. La repartieron por el barrio, el colegio, el club, por todas partes. Pensaron que mientras más datos tuvieran, más simpe sería armar la imagen. La idea era perfecta, pero el resultado fue muy amplio.
Las respuestas fueron desde “no tengo las más mínima idea de quién es éste” hasta específicas características descriptivas del rostro de José. Pero la encuesta también mostró que el rostro del sin reflejos no era igual para todas las personas. Casi todos concordaban en el color de ojos y de cabello y medianamente coincidían en la altura, pero para algunos su nariz era puntiaguda, para otros, regordeta. Otros creían que sus ojos eran medianos, pero no faltaban los que decían que eran grandes y los menos, muy chicos. Algunos sostenían que sus mejillas eran rechonchas pero muchos llegaron a pensar que eran flacas, casi esqueléticas.
Fue ahí cuando José tuvo una iluminación. La idea nació en su cabeza y fue recorriendo cada una de sus extremidades, estimulando sus nervios y vigorizando sus músculos.
– Es lógico – dijo – que cada una de las personas encuestadas hayan dado respuestas tan variadas. Es entendible porque cada uno de ellos conoce solamente ciertos aspectos míos y han visto mi rostro en diferentes situaciones. Algunos fueron compañeros de primaria, otros del secundario. Algunos los conocí porque vivimos cerca y a otros porque coincidimos durante viajes. La objetividad de mis padres y abuelos está empañada por el amor y el cariño fraternal. Para una madre ningún hijo es feo, aunque sea un Cuasimodo en potencia. Existen solamente dos tipos que pueden dar una descripción fidedigna de lo que soy… y esos son ustedes, mis amigos, los que estuvieron desde el principio conmigo, fracaso tras fracaso, en esta empresa que fue conocerme.
Charly y Tito escuchaban en silencio, sabiendo donde los llevaría la reflexión.
– Sólo ustedes pueden decirme cómo soy… así qué, respondan… ¿Cómo me veo? – preguntó, esperanzado, José.
Los amigos se miraron cómplices y evaluaron la situación. Sabían que su respuesta era lo que José estuvo persiguiendo toda su vida. Sabían que lo que dijeran, marcaría a su amigo por siempre. José tenía razón, sólo ellos tenían la llave del conocimiento en sus manos.
– Te ves… – dijeron casi al unísono y dándole solemnidad al asunto – ¡…como un flor de pelotudo! – Y soltaron una carcajada socarrona.
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