"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia,
si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo"


lunes, mayo 05, 2014

La última fiesta


   Relato esta historia porque no encuentro otra manera de despedirme. Porque no sé cuánto tiempo me queda todavía. Porque mis entrañas reventadas se mezclan con la sangre desparramada sobre la piel tibia y mi aliento de vida se escapa colgado de cada segundo que pasa.

Nunca pensé que esta guerra acabaría conmigo. Muero cumpliendo mi deber, sabiendo que volvería a hacer todo lo que hice por esta causa utópica, pero también muero esperanzado en que esta contienda sin sentido termine pronto. Me aferro a la ilusión de creer que mis larvas podrán disfrutar de un mundo sin ataques suicidas, sin excursiones nocturnas en busca de alimento y sin armas químicas letales.

Con orgullo defendí a mi raza en todas las misiones en las que el Alto Mando consideró valiosa mi presencia. Desde los primeros trabajos de reconocimiento nocturnos en el mismo corazón de los cuarteles enemigos, esquivando manotazos somnolientos, cobijado por el manto oscuro de la noche; hasta los vuelos kamikazes, atacando con toda nuestra artillería a las tropas enemigas que se encontraban pescando en la vera de un río o de pic nic en parques y plazas. Teníamos que aprovechar los momentos en que estaban en grupos no numerosos, porque si bien nosotros los superamos en número, ellos nos destrozan con su poder de contra ataque.

Antes, la guerra era más primitiva. Mano a mano. Nosotros contra ellos. Enfrentados. Luego, desarrollaron armas químicas que barrieron con nuestras patrullas. Humos tóxicos, gases venenosos, olores nocivos. Disparaban sólo una vez y morían todos los que eran alcanzados por el arma y también aquellos que pasaban por el mismo lugar, incluso varios días después del disparo. La balanza se inclinó notoriamente para su lado y creímos que perderíamos la guerra.
Pero, en esos momentos oscuros y sin esperanza, aparecieron varios líderes civiles con estrategias de escape, con métodos para identificar los residuos mortíferos y así pudimos crear estratagemas de defensa y llevar esta contienda hasta límites que creímos improbables.

Sé que mi sacrificio no será en vano. Seré un mártir tanto en la victoria como en el fracaso. Hoy mis 200 larvas llorarán mi partida, pero doblarán orgullosas la bandera que quiero tanto y defendí con mi vida. Sufrirán por mi ausencia, pero habrán aprendido a luchar sin resquemores por aquello que consideren esencial. Disimularán su dolor, pero demostrarán su coraje y estarán dispuestos al sacrificio absoluto.


La vida es eso que pasa mientras estamos creciendo. La muerte, en cambio, es una mano que aplasta despiadada, gigante y letal, que puede encontrarte en medio de una batalla sangrienta o, como en mi caso, mientras volás distraído por la casa de doña Braulia, en una misión irrelevante.


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