Todo el
universo se mueve bajo un perfecto orden establecido. Es un reloj suizo
avanzando con precisión milimétrica en cada tic tac. La física rige los
fenómenos que se suceden cotidianamente y ninguno logra escaparse de las leyes
impuestas. Los planetas persiguen obedientes las órbitas fijadas desde siempre.
Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, dóciles en esta
secuencia inalterable. El agua transita por su ciclo permanente, los cometas no
desvían su rumbo, la luna yira todas las noches y el sol contempla los rostros
de la Tierra cada día. Incluso el caos está regulado. Las fuerzas del cosmos
complotan contra cualquier evento que consigue salirse de los límites del
control natural.
Sin
embargo, un día y sólo una vez, sucede una anomalía que escapa a las
supervisiones celestes y entonces nace la magia. Pero la verdadera, la que no
se puede explicar con alambres invisibles y cajas de doble fondo. Esa magia que
algunos llaman amor.
Puede
suceder también, que justo ese descalibre de la realidad te alcanza a vos, que
transitás esta vida sin mucho despabile. Puede que sea por el destino que se
divierte, o tal vez sea por casualidad o,
simplemente, por capricho, que las cosas
no ocurren como deberían ocurrir.
La mina
estaba tan buena que se partía sola. Era morocha y alta, con el cabello
ondulado resaltando sus ojos verdes y grandes, como aceitunas fastuosas. Llevaba
un escote que encuadraba el bamboleo resultante de cada paso que daba.
Completaba el marco infernal una pollera negra que resaltaba sus montañas voluptuosas.
Nuestros
caminos se cruzaron a mitad de cuadra entre Ezpeleta y Candiotti. La morocha me
miró fijo a los ojos y yo tuve que levantar la vista cuando me percaté que ella lo estaba haciendo. Fue en ese
coincidir que vi la oportunidad del desajuste que tanto había estado buscando.
Sabía que lo necesitaba para seguir. Lo había perseguido desesperado en cada esquina, detrás de cada
puerta cerrada, en cada una de las miradas frías y crueles de todos los ojos
bellos.
–Disculpame
–dijo y yo sentí un coro angelical cantar –. Estoy un poco perdida… ¿Sabés dónde
queda la calle Piedrabuena?
Lo bueno
es que sabía. Le indiqué el camino intentado estirar el momento. Una vez
ubicada la calle, le pregunté:
–¿Buscás
un negocio o algo en especial?
–Sí, el
estudio contable Molina Dans –siguió cantando el coro.
–Sí,
conozco… es derecho por acá –señalé con la mano– dos cuadras, hasta Piedrabuena.
Doblás la derecha media cuadra y ahí lo vas a ver… tiene un cartel, a mano
derecha.
Conocía muy
bien el lugar.
–Pero apenas
son las ocho y media… y recién a las nueve empiezan a atender.
Me miró
confundida.
–Te
aviso –seguí con mi labia– porque esa no es una linda zona como para estar
esperando en la calle.
Entendió
lo que le decía e hizo un gesto con la cara. Fue ahí cuando me lancé a
desequilibrar el universo.
–Mirá
–respiré hondo– de camino para el estudio hay un café… Digo, antes de esperar
en la calle… ¿qué te parece?
La
morocha sintió el impacto. Pestañeó un poco más rápido que lo habitual y se
tomó su tiempo para responder. Su cabeza procesó toda la situación a mil por
hora. Evaluó las diferencias, las necesidades y las consecuencias de sus
próximas palabras.
–Ok
–dijo y rubricó una sonrisa cómplice con sus ojos pícaros–. Dale, vamos… pero
sólo un café –intentó minimizar la situación.
Pude
escuchar los golpes de mi corazón rebotando contra mi pecho, intentado
escaparse. Hice una pausa antes de responder.
–No, no…
No me entendiste –escuché los aplausos de todos los rechazados del universo. La
balanza de la justicia golpeó ruidosamente y se desacomodaron los contrapesos
debido al estrepitoso desbalance–. Yo me estoy yendo a trabajar, no tengo
tiempo para tomar un café con vos. Te decía para que sepas donde hay un lugar
donde podés esperar un rato, nada más.
De
inmediato, los guardianes del orden iniciaron el protocolo adecuado y aunque
intenté resistirme con una sonrisa socarrona,
la equidad se estableció al instante. ¿Dónde se ha visto que el árbol
mee al perro o que el bife corte al cuchillo? Los rebeldes siempre han sido
inadmisibles.
La
expresión en los ojos de la morocha se transformó. Me miró de arriba hacia
abajo, luego a la inversa y ni siquiera se dignó a responder.
Giró con
despecho la cabeza sacudiendo sus bucles. Se alejó con elegantes zancadas
dejándome solo, pero sabiéndome vencedor.
Después
de unos cuantos pasos, desde una obra en construcción alguien le gritó:
–¿Dónde
lo vas a tirar que lo revoleás tanto?
La mina
siguió su camino como si no hubiese escuchado y desapareció doblando en la
esquina, inmutable, ostentando su escote
y trayendo orden al universo
descolocado.
Que bueno que alguien se anime a alterar el "orden lógico" del universo, de ves en cuando hace falta.
ResponderEliminarMuy lindo che! A veces algo se Desordena....para que todo lo demas se ORdene! Lindas palabras. PEdro
ResponderEliminary le dijo NO??!!!! qué rebote!!!
ResponderEliminarajajaja!!!
Ly